viernes, 17 de agosto de 2012

Un cuento para iniciar... o terminar¿?


¡Levántate!
Empieza el día, tan oscuro y nublado, como si una bomba hubiera explotado y cubierto el cielo con su onda, como sí amenazara una gran lluvia que quisiera salir gritando de entre las grandes y corpulentas nubes.
Sus manos llenas de grietas reposan sobre aquello que pudo entibiar el frio de la soledad de lo que podrían ser sus últimos días.
Tras el sueño, que no recuerda; ya nada recuerda, aquellos grandes troncos inician su jornada apoyándose en la  amarillenta nube deformada, sobre la que reposaba su ya olvidado y descuidado cuerpo. Al menos recuerda su rutina. La inercia no es compañera del olvido.
Aunque cada vez más lento, logra levantar su pesada experiencia. Camina como han sabido decir, perdonando al viento.
Sobre las mesas y colgadas de paredes penden de su memoria unas fotografías revelando su vida, llena de alegría, marcada de sonrisas eternas; corroídas por el óxido y la polilla. La taza de leche se encuentra ya caliente sobre la mesa, con humeante sabor a café con canela, y dos medidas de azúcar, como siempre ha sido. El periódico se encuentra siempre a un lado junto al plato de porcelana barato, el único plato que queda de aquella vajilla, conseguida en la rifa de algún año de todos los suyos.
Inmediatamente siente aquel siempre anhelado deseo de paz, información y degustación, y es aun más anhelado cuando después de un fatigoso día de trabajo, las vías están más congestionadas que como lo están ahora sus pulmones, y al llegar a casa, saber que no hay forma alguna de alivio a ninguno de esos males, más que la terrible soledad, diezma su ímpetu vital.
El calor de su desayuno empieza a calentar su cuerpo, más lo siente con extrañeza. ¿Cómo después de tanto tiempo probando el mismo café, con la misma medida, lo había sentido extraño? Así es, no sabía lo bien que se sentía aquel calor, o quizá también lo había olvidado.
El día estaba demasiado oscuro, de alguna forma, le resultaba ajena la dificultad que tenía para vislumbrar lo que lo había rodeado por tanto tiempo. El piso de madera, marcado ya por las repetidas y consuetudinarias sendas usadas, apolillado, y sucio pues de este se levantaban moscas y gusanos en busca de su comida, llora más que un recién nacido, pero había ya olvidado el llanto de un ser en su primer día de vida. Las paredes de la casa carecían de un color uniforme, pues aquellos gajes de la vida, lo han llevado a crear ingeniosos parches de pintura testigos de diferentes aventuras sobre aquellas murallas, pretendiendo así no permitir el escape de ninguno aquellos sus recuerdos, que esparcidos por toda la casa, resultaban ahora difícil encontrarlos, y más aun en aquel oscuro día, o noche, a esas alturas quien sabe la verdad.
Entumecido decidió vestirse, elegantemente, como quien dijera, "quizá hoy ocurra". Caminando de bastón pues dos pies ya no le alcanzaban, y es que cargar tanto tiempo en la cabeza debe pesar bastante.

Finalmente encuentra la puerta de su hogar, la oscuridad casi ha enceguecido su rutina, al punto de no encontrar la perilla por lo que se ofusca y da un golpe con la mano derecha al lado derecho del pedazo de madera, fue cuando lo entendió, la puerta se encontraba mucho más cerca de lo calculado, fue como si se hubiese acercado retando y vociferando ser abierta. Sin que lo sospeche siquiera, las paredes de su casa respiraban en su nuca, de ambos lados, un sentimiento insoportable de claustro empezaba a amedrentar su corazón, de pronto sintió como si nunca se hubiera incorporado, su cuerpo seguía perteneciendo al mundo de los menos.
Sus pupilas cubiertas empezaban a temblar, aquel sentimiento de calor del café había subido al cielo o descendido al infierno, pero en su cuerpo el frio había ganado la batalla.
Se permitió entonces  un último pensamiento que clamó la desesperación de un ser reducido a su más mínima expresión, "como puede caber tanto en esta pequeña caja de eterna oscuridad"

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