¡Levántate!
Empieza el día, tan oscuro y nublado, como si una bomba
hubiera explotado y cubierto el cielo con su onda, como sí amenazara una gran
lluvia que quisiera salir gritando de entre las grandes y corpulentas nubes.
Sus manos llenas de grietas reposan sobre aquello que pudo
entibiar el frio de la soledad de lo que podrían ser sus últimos días.
Tras el sueño, que no recuerda; ya nada recuerda, aquellos
grandes troncos inician su jornada apoyándose en la amarillenta nube deformada, sobre la que reposaba
su ya olvidado y descuidado cuerpo. Al menos recuerda su rutina. La inercia no
es compañera del olvido.
Aunque cada vez más lento, logra levantar su pesada
experiencia. Camina como han sabido decir, perdonando al viento.
Sobre las mesas y colgadas de paredes penden de su memoria
unas fotografías revelando su vida, llena de alegría, marcada de sonrisas
eternas; corroídas por el óxido y la polilla. La taza de leche se encuentra ya
caliente sobre la mesa, con humeante sabor a café con canela, y dos medidas de
azúcar, como siempre ha sido. El periódico se encuentra siempre a un lado junto
al plato de porcelana barato, el único plato que queda de aquella vajilla,
conseguida en la rifa de algún año de todos los suyos.
Inmediatamente siente aquel siempre anhelado deseo de paz,
información y degustación, y es aun más anhelado cuando después de un fatigoso
día de trabajo, las vías están más congestionadas que como lo están ahora sus
pulmones, y al llegar a casa, saber que no hay forma alguna de alivio a ninguno
de esos males, más que la terrible soledad, diezma su ímpetu vital.
El calor de su desayuno empieza a calentar su cuerpo, más lo
siente con extrañeza. ¿Cómo después de tanto tiempo probando el mismo café, con
la misma medida, lo había sentido extraño? Así es, no sabía lo bien que se
sentía aquel calor, o quizá también lo había olvidado.
El día estaba demasiado oscuro, de alguna forma, le
resultaba ajena la dificultad que tenía para vislumbrar lo que lo había rodeado
por tanto tiempo. El piso de madera, marcado ya por las repetidas y
consuetudinarias sendas usadas, apolillado, y sucio pues de este se levantaban
moscas y gusanos en busca de su comida, llora más que un recién nacido, pero
había ya olvidado el llanto de un ser en su primer día de vida. Las paredes de
la casa carecían de un color uniforme, pues aquellos gajes de la vida, lo han
llevado a crear ingeniosos parches de pintura testigos de diferentes aventuras
sobre aquellas murallas, pretendiendo así no permitir el escape de ninguno
aquellos sus recuerdos, que esparcidos por toda la casa, resultaban ahora
difícil encontrarlos, y más aun en aquel oscuro día, o noche, a esas alturas
quien sabe la verdad.
Entumecido decidió vestirse, elegantemente, como quien
dijera, "quizá hoy ocurra". Caminando de bastón pues dos pies ya no
le alcanzaban, y es que cargar tanto tiempo en la cabeza debe pesar bastante.
Finalmente encuentra la puerta de su hogar, la oscuridad
casi ha enceguecido su rutina, al punto de no encontrar la perilla por lo que
se ofusca y da un golpe con la mano derecha al lado derecho del pedazo de
madera, fue cuando lo entendió, la puerta se encontraba mucho más cerca de lo
calculado, fue como si se hubiese acercado retando y vociferando ser abierta.
Sin que lo sospeche siquiera, las paredes de su casa respiraban en su nuca, de
ambos lados, un sentimiento insoportable de claustro empezaba a amedrentar su corazón,
de pronto sintió como si nunca se hubiera incorporado, su cuerpo seguía
perteneciendo al mundo de los menos.
Sus pupilas cubiertas empezaban a temblar, aquel sentimiento
de calor del café había subido al cielo o descendido al infierno, pero en su
cuerpo el frio había ganado la batalla.
Se permitió entonces un último pensamiento que clamó la
desesperación de un ser reducido a su más mínima expresión, "como puede
caber tanto en esta pequeña caja de eterna oscuridad"
No hay comentarios:
Publicar un comentario